¿FUÉ INEVITABLE LA EXPULSIÓN?

Si tanto el etnocidio como el genocidio pretenden reducir al Otro a que deje de ser lo que es ---aquélla, quiere que se le aparezca; éste, que desaparezca---, la expulsión, pese a sus dolorosas secuelas de desarraigo, desintegración familiar o muerte, permitió hasta cierto punto la conversación de la identidad y así fue la medida menos dura que podía recaer en los moriscos. Ahora bien, ¿era inevitable adoptarla?
Hacia 1540, el Consejo de la Inquisición advertía que las costumbres de cada nación son muchas y así mismo la de los moros, y es cosa dificultosísima y casi imposible desarraigarlas y hacerlas de todo punto olvidar, por lo que parece que sería mejor no hacer caso de ellas pocas que se ponen en los edictos y hacerlas entender que, si no los castigan, es porque no son ceremonias sino costumbres, excepto cuando contase que se hace con dañada intención.
Los autores de este texto equiparaban la situación de los moriscos a la de los gentiles en la primitiva cristiana, subrayando que, con el paso del tiempo, las costumbres de aquéllos se habían cristianizado. Era un punto de vista compartido por las elites moriscas. En 1566, sostenía Francisco Núñez Muley que los rasgos culturales de los moriscos respondían a particularidades regionales, al igual que las de los cristianos de Jerusalén que nadie pensó reprimir. Hubo pues una línea de pensamiento acorde en unificar ambas culturas enriqueciendo la cristiana con préstamos musulmanes. Pero, en pleno siglo XVI, esta corriente no podía triunfar.